Las pulgas están extraordinariamente bien adaptadas a su especial forma de vida. Su exoesqueleto duro, resistente y quitinoso, las hace casi imposibles de aplastar, y su cuerpo alto y delgado les permite moverse de un lado para otro con gran rapidez entre los pelos o las plumas. Por si esto fuera poco, una pulga puede saltar hasta unos 30 centímetros. De las 50-60 especies de pulgadas distintas que se encuentran en Europa, aproximadamente la mitad muerden al hombre.
La pulga más frecuente es Ctenocephalides felis y, aunque es posible encontrarla durante todo el año, es precisamente en primavera cuando se produce un pico en sus poblaciones (que representan la base de las infestaciones del verano y, si no se actúa eficazmente contra ellas, de la mayor abundancia de estos parásitos en otoño).
Se sabe que tan sólo un 5% de las pulgas residen sobre el animal y que éstas apenas abandonan a su hospedador. El 95% restante se encuentran en el medio ambiente distribuidas de la siguiente manera: un 50% en forma de huevos, un 35% de larvas y el 10% restante en forma de pupas. Encontrándose ampliamente diseminadas en el hábitat por donde se desenvuelven los animales, lo que dificulta la resolución del problema.
Ésta es la razón por la que es preciso hablar de una lucha integrada contra las pulgas, por la necesidad de abordar actuaciones diversas sobre el entorno que incluyen medidas físicas mecánicas y químicas.
Son tres las especies de pulgas que pueden encontrarse con mayor frecuencia parasitando a perros y gatos:
Las tres especies pueden afectar en mayor o menor grado al hombre.
Ctenocephalides felis, es la especie más abundante y la mejor conocida. Su ciclo evolutivo es complejo. Las hembras ponen huevos de 0,5 mm de longitud y de color blanco sobre la piel y pelo de sus hospedadores. Los huevos caen al suelo, distribuyéndose por todos los lugares por los que transita el hospedador, aunque es en los sitios de descanso y sueño donde se encuentran con mayor abundancia. Para el desarrollo de los huevos hasta la fase de larva es necesaria una temperatura superior a 13ºC; el rango de temperatura óptimo se sitúa entre los 23 y los 25ºC.
Las larvas eclosionan en un plazo de tres a seis días, en un medio con temperatura adecuada y humedad relativa alta. Son pequeñas y de aspecto vermiforme. Poseen un aparato bucal adaptado a la masticación y se alimentan de desechos orgánicos, escamas, pelos y, particularmente, de heces de pulgas hembras adultas, constituidas en gran parte por sangre poco digerida.
En el período de desarrollo de las larvas influye en gran medida la temperatura. Éstas atraviesan tres estadíos larvarios hasta alcanzar un tamaño de 6 mm.
En condiciones ideales, a temperatura de 24ºC y con una humedad relativa del 78%, la fase de pupa dura de 8 a 13 días. El estado de pupa es el más resistente frente a la desecación; el paso a la fase de adulto puede producirse incluso con sólo un 2% de humedad relativa.
El ciclo depende directamente de factores como la temperatura y la humedad. En condiciones óptimas se completa en sólo 12 ó 14 días.
En una situación ambiental desfavorable, el ciclo puede durar hasta 174 días.
Las pulgas adultas se desarrollan en el interior del capullo, y pueden permanecer durante más de 140 días en él si no hay ningún hospedador en las inmediaciones. La capacidad para sobrevivir largos períodos dentro de los capullos representa un importante mecanismo de adaptación de estos parásitos. Existen factores que estimulan la salida de los adultos, como son la presión mecánica, la presencia de focos de calor y las vibraciones.
Una vez que han encontrado un hospedador, las pulgas adultas se alimentan rápidamente de él y comienzan la reproducción. A las 24 horas ya se ha producido la fecundación, y entre las 36 – 48 horas siguientes comienza la ovoposición. El número de huevos puestos al día es de unos 27, y el período de puesta dura alrededor de 100 días. Si después de salir del capullo, la pulga no encuentra un hospedador, ésta puede sobrevivir hasta 60 días en un ambiente cálido y húmedo.
La gran dificultad de la lucha contra las pulgas se explica por sus características biológicas y especialmente por su asombrosa capacidad de supervivencia. La batalla contra estos parásitos ha de librarse en dos frentes: eliminando los adultos, que se encuentran sobre todo en los animales hospedadores, y destruyendo los huevos, larvas y pupas existentes en el entorno.